"Todas las verdades
comienzan como herejía y acaban como superstición.
Tememos a lo desconocido, así que lo reducimos
a términos familiares,
ya sea una leyenda, una enfermedad o una
conspiración"
Hola a todos:
En mi deambular por los ariscos terrenos cibernéticos,
he encontrado esta joyita escrita al despuntar este siglo, febrero
2001, que nos señala el nacimiento de los tecnomitos,
como
forma de apuntalarnos ante la muerte de la religión o
la desaparición de los mitos antiguos, fenómeno sociológico de las
sociedades postindustriales encaballadas como bien señala en la
desideologización, el desengaño y el
desencanto.
Abarca asímismo el análisis de la infosfera o la
sociedad de la información, a la que compara
con "un cubo de Rubik en el que múltiples certezas
crean un sinfín de combinaciones que dan como resultado una verdad
poliédrica, una miscelánea casi infinita de trozos de realidad y una
existencia hipercompleja"
Sabemos mucho más de todo y, al mismo tiempo,
todos los días debemos reconstruir nuestros criterios
ideológicos, nuestros posicionamientos morales, nuestra percepción
de los acontecimientos y nuestra posición "en un mundo que cada vez
deja menos espacio y menos tiempo para fijar nuestra agenda de
prioridades públicas y privadas".
Imperdible.
MIR
MULDER Y SCULLY EN LA INFOSFERA
Todos somos más hijos de nuestra época que de nuestros padres. Las
series de televisión también y, en este sentido, cada década de este
siglo ha dado luz a un conjunto de producciones audiovisuales que de
forma estrecha representan a la perfección a la sociedad que las
produce y al público que las recibe con la mirada profunda de
quienes han nacido a la vida acompañados del resplandor plomizo de
las pantallas electrónicas.
En este sentido, un relato como Expediente X, cuyo episodio
piloto se estrenó en la televisión norteamericana a finales de 1992,
y cuya conclusión se espera para el año 2003, se nos aparece ya como
la realización telefílmica más representativa de los años actuales y
como uno de los fenómenos culturales más interesantes de estudiar a
las puertas del próximo milenio. Al menos, desde un punto de vista
integrado de la cultura que no cede ante las pretensiones elitistas,
vacías y apocalípticas de quienes siguen empeñados en confundir toda
la programación televisiva con la parte más deleznable y ridícula de
ésta.
Por encima del innegable interés argumental de los sucesos
paranormales que todas las semanas investigan los agentes Fox Mulder
y Dana Scully, y más allá de la excelente composición técnica de la
serie, los X Files ocultan una serie de claves que, en el fondo, son
las que más adecuadamente pueden explicar el extraño éxito que esta
narración ha cosechado en todos los países donde se ha emitido.
Fundamentalmente, el gran acierto del invento de Chris Carter ha
sido conectar con las esperanzas, las obsesiones y los lados oscuros
más evidentes de las sociedades postindustriales que se encaminan
hacia el último tramo del siglo militando en las filas abarrotadas
de la desideologización, el desengaño y el desencanto. En esencia,
Expediente X ha cogido esta "triple d" posmoderna, la ha aderezado
con mucho tecnomito, con unas gotas de conspiración y con las dosis
suficientes de esquizofrenia, y ha elaborado un plato listo para
degustar en el momento exacto en el que millones de europeos y
norteamericanos se van a la cama sin saber a qué atenerse en lo que
se refiere a su posición exacta en el mapa de los asuntos políticos,
sociales y culturales que cotidianamente mueven el mundo a la
velocidad de la luz.
FABULAS
POSMODERNAS
El capítulo de los tecnomitos en los X Files no es una cuestión
baladí. Aunque su existencia puede resultar discutible, al igual que
sus causas, lo cierto es que la sociedad contemporánea, la que
oscila entre el crepitar del ruido blanco comunicacional y la luz
difusa de la nieve de las pantallas televisivas, ha ido creando,
principalmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, una amplia
serie de relatos fantásticos que, a fuerza de ser múltiples veces
repetidos, han acabado
calando con profundidad en el inconsciente colectivo de los
ciudadanos occidentales. La necesidad de magia y de misterio, la
urgencia de lo sobrenatural que el ser humano siempre ha tenido
desde sus orígenes más remotos, se disfraza hoy en día con los
ropajes de estas nuevas alegorías de la cultura tecnológica. Michael
Crichton, un escritor que comenzó su carrera escribiendo brillantes
obras de ciencia-ficción como "La amenaza de Andrómeda" y que hace
algunos años alcanzó el éxito internacional con "Parque Jurásico",
ha definido bien en qué consiste la esencia del tecnomito. En su
novela "El mundo perdido", el también autor de "Los devoradores de
cadáveres", pone en boca de uno de sus personajes, Ian Malcom (Jeff
Goldblum en la versión cinematográfica de la novela), el siguiente
discurso: "Básicamente, la tesis sostiene que hemos perdido los
mitos antiguos: Orfeo y Eurídice, Perseo y Medusa. De modo que los
hemos sustituido por tecnomitos modernos. (...) Uno es que hay un
alienígena vivo en un hangar de la base aérea de Wright-Patterson.
Otro es que alguien inventó un carburador con un consumo de un litro
por cada sesenta kilómetros, pero los fabricantes de automóviles
compraron la patente y la mantienen archivada. También está el
cuento de que unos niños adiestrados por los rusos en técnicas de
percepción extrasensorial en una base secreta de Siberia son capaces
de matar con la mente a personas en cualquier lugar del mundo. O la
fantasía de que las líneas de Nazca, en Perú, son un aeropuerto para
naves espaciales. Que la CIA propagó el virus del sida para acabar
con los homosexuales. Que Nikola Tesla descubrió una increíble
fuente de energía pero sus notas han desaparecido. Que en Estambul
existe un dibujo del siglo X que representa la Tierra vista desde el
espacio. Que el Instituto de Investigación de Stanford encontró a un
individuo que resplandece en la oscuridad".
Este tipo de tecnomitos, con otros que podríamos añadir como las
esferas de Costa Rica, los misterios de la Isla de Pascua, los
cráneos de cristal, los muchos monstruos lacustres que se esconden
en el mundo, los monumentos de Stonehenge o las huellas de ovnis en
diferentes obras de arte, configuran el alimento espiritual de
Expediente X y, de hecho, muchas de las posibles fábulas señaladas
hasta aquí han sido tratadas con profusión en distintos capítulos de
la serie. Toda tecnología exige su mitología y, siguiendo este
principio al pie de la letra, los diferentes guionistas que la Fox
ha puesto al servicio de su obra estrella han ido creando un mundo
cotidianamente fantástico, tenuemente sobrenatural y a caballo entre
el cielo y la tierra, que ha alimentado con intensidad muchas
urgencias del más allá y que trata de parchear, con bastante éxito
como se puede comprobar gracias a los índices de audiencia, el
enorme agujero dejado por el estrepitoso derrumbamiento de las
grandes doctrinas religiosas. En este punto, además, los X-Files
engarzan con lo que un escritor como Stephen Baxter, autor de
"Antihielo", señala como la esencia de la ciencia-ficción: "Este
es un género básicamente lúdico, un entretenimiento, pero tiene un
papel: ayudarnos a saber cuál es nuestro lugar en el universo.
Vivimos en una sociedad sin religión y, sin duda, la
ciencia-ficción, la buena, contribuye a reemplazar el sentido de
maravilla que ha perdido el hombre". ("El País" 2-XII-1998).
EN LOS LIMITES DE LA
RELIGION
Incidiendo en este elemento cuasimístico, resulta curioso
constatar cómo son numerosas las referencias religiosas que pueden
hallarse dentro del abanico temático de Expediente X. La pequeña
cruz de oro que Gilliam Anderson luce en todos y cada uno de los
capítulos de la serie, se convierte, incluso, en un símbolo
fundamental en algunos momentos de la historia. En instantes cumbres
del relato (la presunta abducción de Dana Scully, la aparición de
una posible hija de ésta o el cáncer terminal por el que atraviesa
la protagonista), esa pequeña referencia tan común pasa a un primer
plano de importancia para significar la fe cuestionada, la esperanza
nunca perdida, la fidelidad a unos valores permanentemente situados
en el filo de la realidad o la incuestionable existencia de algo que
va más allá de los fuegos artificiales de lo paranormal, lo
esotérico y lo fantasmal.
En su intento de bucear y de indagar en las referencias mágicas
del ser humano contemporáneo, resulta comprensible que Chris Carter
se introduzca de lleno en el terreno excelsamente abonado de las
grandes corrientes religiosas occidentales y en el campo menos
conocido, pero no menos interesante, de las costumbres espirituales
de distintos pueblos minoritarios de América, Asia o Africa. Así,
sacerdotes católicos, popes ortodoxos rusos, modernos hechiceros,
maestros del vudú, chamanes navajos, profetas mexicanos, magos
chinos y líderes de las más variadas sectas, son profusamente
utilizados en numerosos capítulos de la serie como, entre otros, los
titulados "Anasazi",
"Miracle man", "Die hand die verletz", "Fresh bones", "The
Calusari", "Teso dos bichos" o "Hell money". A esta abundancia de
referencias religiosas, pseudomísticas o directamente relacionadas
con el mundo de las sectas, hay que añadir la abundancia con que
Expediente X utiliza como eje central de sus argumentos, asuntos
directamente extraídos de los pozos siempre repletos de las más
diferentes dramaturgias teológicas. Así, podemos encontrarnos con
capítulos dedicados a la reencarnación ("Born again"), a las
posesiones del maligno ("Lazarus"), a los estigmas ("Revelations"),
a las curaciones milagrosas ("Miracle man") o a la resurrección
propiamente dicha ("The list"). Además, en los capítulos más
recientes de la serie, el núcleo principal de guionistas de los X-
Files lleva esta obsesión religiosa al extremo con un conjunto de
historias en las que se proporciona un giro inesperado al relato
provocando que Dana Scully sufra fuertes arrebatos de carácter...
místico.
Como curiosidad, diremos que la encarnación más sublime del lado
oscuro, el diablo, posee escasas apariciones en Expediente X. Chris
Carter dejaría esta cuestión para su siguiente serie, "Millennium",
en la que las dos temporadas de la misma acabarían convirtiéndose en
una lucha sin cuartel entre el Bien y el Mal. En esta obra, el Bien,
por cierto, surge de la mano de un santo, san Sebastián, quien funda
el grupo que otorga nombre a la serie para luchar a lo largo de la
Historia contra todas y cada una de las posibles encarnaciones de la
perversión demoniaca.
MITOLOGIAS CONTEMPORANEAS
De cualquier forma, si Expediente X se mueve en esa frontera
difusa entre el tecnomito más común y las creencias religiosas
oficiales, el mayor peso de importancia en la serie, como no podía
ser de otra manera, se vuelca en torno al primer eslabón de esta
ecuación, alrededor de la mitología de la sociedad contemporánea.
Como hemos señalado antes, es aquí donde este producto encuentra su
mayor fuente de inspiración y donde conecta directamente con todos
los miedos y temores que supuran las actuales colectividades
postindustriales. El mismo Fox Mulder lo expresa perfectamente en el
documental "Introducción a Expediente X": "Todas las verdades
comienzan como herejía y acaban como superstición. Tememos a lo
desconocido, así que lo reducimos a términos familiares, ya sea una
leyenda, una enfermedad o una conspiración".
En este
sentido, puede decirse que, apoyándose en la fuerza de los modernos
tecnomitos, asentándose en el hambre de trascendencia de los humanos
del nuevo siglo y desarrollándose en la sospecha permanente de que
nuestra sociedad de la información siempre calla más de lo que dice,
la X de los archivos más secretos del planeta guarda algo más que un
puñado de misterios cuyo intento de discernimiento ha sido una
constante en la historia de la humanidad. La X de estos documentos
representa la incógnita de una sociedad posmoderna carente de
referentes ideológicos, profundamente dubitativa en su
sobreinformación, desencantada de sus construcciones políticas,
éticamente frágil e intelectualmente desconcertada ante un futuro en
el que las doctrinas filosóficas predominantes desde la Ilustración,
los paraguas religiosos más clásicos y las grandes balizas teóricas,
han perdido toda su capacidad de guía y de orientación.
Expediente X
es un desierto en el que no hay esperanza, en el que ningún
personaje sabe muy bien si pertenece a los suyos, en el que cada
revelación oculta un poco más la verdad y en el que lo único que
parece funcionar siempre correctamente es la tecnología
permanentemente asociada a los más sofisticados sistemas de
comunicación. Tanto es esto así que la profusión de teléfonos
móviles, de ordenadores portátiles, de conexiones a Internet y de
documentación digitalizada de la que hace gala la serie, solamente
sirve para complicar más la historia, para convertir en algo más
difícil la existencia de los investigadores del FBI y para hacer más
vertiginosa la transmisión de presuntas verdades que luego siempre
resultan ser espejismos que se deshacen entre las manos de los
protagonistas. En esencia, el mundo que nos presenta la Fox es una
muy correcta metáfora del nuestro y, quizás por ello, son tan pocos
los análisis, críticos, semióticos o simplemente narrativos, que
reconocen en la serie todo lo que de ciencia-ficción tiene.
La sociedad de la información, esta geografía ferozmente
interconectada que por suerte o por desgracia nos ha tocado vivir,
es como un cubo de Rubik en el que múltiples certezas crean un
sinfín de combinaciones que dan como resultado una verdad
poliédrica, una miscelánea casi infinita de trozos de realidad y una
existencia hipercompleja. Sabemos mucho más de todo y, al mismo
tiempo, como si fuésemos Fénix incansables, todos los días hemos de
renacer nuevamente para reconstruir nuestros criterios ideológicos,
nuestros posicionamientos morales, nuestra percepción de los
acontecimientos y nuestra posición en un mundo que cada vez deja
menos espacio y menos tiempo para fijar nuestra agenda de
prioridades públicas y privadas. Como Mulder y Scully se sienten
incapacitados y frenados para descubrir lo improbable que
constantemente se les oculta, los ciudadanos de a pie que habitamos
en las puertas del tercer milenio nos sentimos impotentes ante la
presencia sobrecogedora de la Gran Trama comunicacional, económica y
cultural en la que se ha convertido el planeta. Teniendo esto en
cuenta, no es de extrañar que en la serie de referencia, la ayuda
siempre oportuna, el gesto salvador y el abrazo solidario, vengan
siempre de la mano de un grupo entrañable de "hackers" ("Los
pistoleros solitarios") cuya principal virtud consiste en
desenmarañar la confusión que viaja a través de las redes
informáticas y en rastrear información, y cuya destreza básica es la
de poseer una potente lógica difusa con la que extraer conclusiones
fiables de cientos de estímulos simultáneos. Y tampoco es extraño
que sea el propio Chris Carter el que defina de esta manera al
receptor al que van dirigidos sus mensajes: "Es un público
inteligente, que no quiere ver cosas obvias, un público que lee los
periódicos y que necesita estar enterado de lo que pasa a su
alrededor" ("El
País" 1-VIII-1998).
LA INFOSFERA
La vida en la Infosfera (ese espacio virtualmente difuso en el
que la realidad existe sobre la base de la construcción que de ella
hacen los medios de comunicación) produce series como Expediente X.
Son elaboraciones audiovisuales que reflejan claramente la
desconfianza extrema - casi cínica - que la sociedad actual tiene en
cuanto a sus métodos de participación pública (¿dónde queda la
legalidad institucional y democrática en la serie?), que como hemos
visto destilan un tecnomisticismo muy brillante para paliar la nada
espiritual de los tiempos que corren y que, en definitiva, venden
eslóganes intelectuales muy acordes con el pensamiento débil de la
época que habitamos. Cójase un mundo construido sobre bites y
baudios que cuantifican incesantemente la cantidad, la calidad y la
rapidez de la información; añádase una comunidad permanentemente
hipnotizada por los avances tecnológicos; viértase un buen
porcentaje de crisis de valores referenciales; échese unas gotas de
tecnoleyendas, de milenarismo, de sospechas permanentes, de
complejidad existencial y de desconcierto ético; revuélvase todo
ello, y se obtendrá, en forma de bella literatura audiovisual, un
cóctel universalmente apreciado que se vende a las televisiones de
todo el mundo bajo el eslogan certero de "La verdad está ahí fuera".
De hecho, resulta evidente que cuando todos estos elementos se
combinan en su justa medida se producen resultados espectaculares
como Expediente X. Cuando Chris Carter pierde el equilibrio y se
encamina por rutas más ariscas y menos "actuales", como ha ocurrido
con su siguiente serie antes mencionada, "Millennium", los índices
de audiencia y el efecto público no son, ni de lejos, los mismos.
LA TELEVISION LIQUIDA
La sociedad de la información, fruto prototípico de la era
posmoderna tal y como la dibujaron en su día filósofos y sociólogos
principalmente franceses como François Lyotard o Jean Baudrillard,
ha creado productos audiovisuales eclécticos, difusos e intangibles
que poco o nada tienen que ver con los tiempos duros del "Quiz Show"
de Robert Redford. Estos relatos fluidos, vaporosos, profundamente
asépticos y bañados con el tamiz de la estética publicitaria, se
alejan de los paradigmas narrativos clásicos que se agrupaban
alrededor de las dicotomías bien-mal, amor-odio,
legalidad-injusticia o héroes-villanos, para adentrarse en una
geografía convulsa en la que nada es lo que parece y en la que
cualquier evento puede suceder porque todo es válido o, al menos,
todo es aceptable, entendible, posible y plausible. Entre otras,
películas extremadamente plásticas como "Terciopelo Azul" (David
Lynch), "Blade Runner" (Ridley Scott), "El Silencio de los Corderos"
(Jonathan Demme), "Días Extraños" (Kathryn Bigelow), "Seven" (David
Fincher) o "Asesinos Natos" (Oliver Stone), han ido abriendo un
pequeño agujero de laxitud ética, de debilidad ideológica, de
crudeza emocional y de ruptura en los contenidos, que se ha
trasladado a la pequeña pantalla a través de producciones como "Twin
Peacks", "Murder One", "Millennium" o "Expediente X". De estas
ficciones expuestas como realidades aterradoras, y de las realidades
terroríficas que se presentan como ficción a través de las pantallas
de la CNN, ha surgido una nueva forma de televisión líquida,
bellamente vacía, reacia a constituirse en referente de ningún
valor, inasible, etérea, profundamente seria en su frivolidad y,
sobre todo, volcada hacia la construcción de un relato, de una
historia, de una estructura, que atrape al espectador en un nuevo
orden en el que no importa si lo que se cuenta es cierto o falso,
posible o imposible, evidente o imaginario. Lo auténticamente
importante es conseguir generar una poderosa capacidad hipnótica que
seduzca al público, que le someta ante la luz de lo virtual y que le
mantenga firme ante el crepitar intenso de las imágenes analógicas o
digitales. Así, la televisión líquida es algo que subyuga a los
hombres y mujeres de estas postrimerías del siglo como el agua que
fluye intensamente, como el mar siempre cambiante y siempre equívoco
o como un torrente acuoso que jamás puede aprehenderse en su
totalidad.
La claridad, la rotundidad y la intransigencia argumental de las
series de los años sesenta, setenta u ochenta, conformaban una
televisión sólida, lógica y homogénea en la que el espectador sabía
en todo momento a qué atenerse. Este tipo de productos audiovisuales
transmitían una serie de valores inalterables que, aunque siempre
discutibles según el prisma ideológico con el que se observaran, no
dejaban ningún lugar para la duda. Todos ellos respondían al
convencimiento general establecido de que había hechos que estaban
"bien" y actuaciones que estaban "mal", que existían instituciones
que nunca debían cuestionarse salvo para ser moralmente reforzadas o
que asuntos éticamente serios como la verdad, la justicia o la
honradez, siempre debían terminar por salir victoriosos en
cualquiera de sus muchos combates telefílmicos. Ni los creadores de
las diferentes historias televisivas, ni los productores de las
mismas, ni tampoco el público, hubieran tolerado otra forma de ver
las cosas. El mundo interiorizaba así la esencia de las sociedades
desarrolladas y, por lo tanto, no había contraposición entre lo que
la televisión mostraba y lo que los espectadores recibían en sus
sillones todas las noches. Todo estaba en orden. Sólidamente en
orden.
El ideario posmoderno, fruto de la relatividad ética instaurada
por la supremacía de los medios de comunicación, hijo del
pensamiento único surgido tras la caída del bloque soviético y
producto ejemplar de un tiempo sin modelos globales, sin referentes
incuestionables e, incluso, carente de una moral indiscutiblemente
universal, está haciendo aparecer hoy en día una forma de hacer
televisión, tanto de ficción como de no-ficción, acorde con esta
nueva forma de contemplar la realidad que nos rodea. La preponderancia absoluta
del "todo vale" ha creado una visión movediza, flexible, fluida e
intangible de la realidad que se ha transmitido a la televisión, y a
los telefilmes que son los productos estrella de ésta, a través de
modelos clave como Expediente X. Si el caos es una concepción
que define bien a nuestro mundo y si la teoría de las catástrofes de
Réne Thom es un intento de poner coto a este desorden, los X Files
son la representación visual, televisiva y mediática de todo este
pandemónium universal.
EL ESPIRITU DE LA EPOCA
La perspectiva que los hombres y mujeres de este final siglo
tenemos del mundo que nos rodea, ha dejado su impronta en la
televisión dando luz a un conjunto de geografías audiovisuales en
las que podemos reconocer nuestras preocupaciones y nuestras
ansiedades, nuestras dubitativas perspectivas de futuro y nuestras
mejores esperanzas. Es por ello que Expediente X es un extenso e intenso
erial, un laberinto confuso y un espacio repleto de ruinas
políticas, sociales y culturales que muy lúcidamente alguien ha
poblado con los fantasmas que nuestra imaginación colectiva ha ido
creando a lo largo de este siglo. Todos las sombras y los lemures a
los que los X Files han dando vida durante más de un centenar de
capítulos, han tenido su oportunidad estelar de existir gracias a
que han saltado a la luz pública en un transcurrir histórico
especialmente receptivo para sus andanzas oscuras, seductoras y
borrosas.
En una época impertinente en la que la razón implosiona como guía
del comportamiento humano, en un tiempo en el que las necesidades
espirituales inherentes a los seres humanos se sacian alrededor de
predicadores patéticamente ultraconservadores y en un momento
extraño en el que el "todo vale" ideológico-cultural reinante ha
convertido los comportamientos públicos en un espectáculo obsceno,
Mulder y Scully se han convertido en un símbolo crucial por su
habilidad para desenvolverse allí donde todo es posible y por su
empeño feroz en llenar de sentido lo que solamente tiene significado
en esa frontera difusa en la que se diluyen lo real y lo imaginario,
lo evidente y lo oculto.
Expediente X es una inmensa metáfora de nuestra existencia. La
desorientación de sus protagonistas es un digno retrato de la
confusión globalizada que nos atenaza en este convulso final de
milenio; su imposibilidad para entender casi todo lo que les rodea
es un reflejo de nuestra incapacidad para comprender nada más allá
de los fugaces destellos informativos con los que saciamos nuestra
necesidad de conocimientos; sus miedos a las conspiraciones ocultas
son un espejo de nuestro terror a desconocer los resortes secretos
que impulsan el mundo a una velocidad de vértigo; y, en fin, su
impotencia para desentrañar el origen final de sus desvelos es la
misma invalidez que mostramos nosotros para hallar nuestro lugar en
un tiempo y en un lugar que, súbitamente, ya no reconocemos como el
refugio cálido y seguro que siempre fue.
Mucho antes de que llegue su capítulo final, sabemos ya que
Expediente X terminará sin desvelar, definitivamente, ninguna
evidencia. Se descubrirán misterios parciales, pero la verdad
seguirá estando ahí fuera porque su hallazgo está lejos de las
posibilidades telefílmicas de Fox Mulder y Dana Scully. Las certezas
que esconden estos documentos son las que todos nosotros debemos
descubrir en medio del maremágnum global, polimediático y multimodal
que nos rodea. Más allá de los espíritus traviesos, por encima de
los extraterrestres más ladinos que hemos conocido jamás y muy lejos
de todas las criaturas, las confidencias y las revelaciones que las
imágenes de los X Files nos han descubierto, se encuentra la gran
incógnita que mueve a la humanidad en las postrimerías de esta
centuria convulsa, intensa y fascinante: ¿cómo será el futuro tras
el caos presente?.
Raul Gonzalez Zorrilla San Sebastian febrero,
2001
-- Mirta
Cristina Rodríguez Administradora Otras Inteligencias Otras
Inteligencias-Social O I Politikos http://correo.hispavista.com/Redirect/es.groups.yahoo.com/group/otrasinteligencias/ http://correo.hispavista.com/Redirect/es.groups.yahoo.com/group/otrasinteligencias-social/ http://correo.hispavista.com/Redirect/es.groups.yahoo.com/group/OIPolitikos/
|